El aroma de los diamantes.
Diatriba de una naranjera contra sus dos amores.
En el medio del escenario una tenue luz alumbra un banco alto, a la derecha un armario. A la izquierda una biblioteca con varios libros y una puerta que será la que presente a los personajes de uno en uno. Entra Sofía con un vestido de verano y tacos altos, con el pelo recogido y se acerca a una mesa situada e la derecha inmediata del banco. Deposita allí un vaso de agua y se ubica en su lugar durante el resto de la obra. Más allá hay un sillón donde se ubicaran los invitados.
Sofía, al público. -Muchos de ustedes estarán aquí porque les gustó el nombre de mi desgracia. Algunos no tendrán ni idea de que se trata y los demás, dirán que tienen problemas más graves que este. Pero henos aquí. Yo en la encrucijada más terrible y prevista de mi vida y ustedes sentados frente a mí, expectantes. Me gusta la cara de augurio aciago de aquella señora, que parece saber lo que se viene. Usted también debió estar así alguna vez. Pero no creo que lo suyo haya sido tan previsto, tan evitable y a la vez tan ineludible como la situación a la que me enfrento ahora.
(pequeña pausa en que la actriz se toma su tiempo para visualizar a toda la audiencia, contando de a ratitos la cantidad de gente. Luego toma el vaso de agua, bebe un trago y vuelve a dejarlo en la mesa.)
Mi historia comienza mucho tiempo atrás, catorce años atrás, si quieren precisión; en una de esas incipientes ciudades de ubicadas en cualquier punto de la rosa de los vientos. La verdad es que no me acuerdo mucho de eso, la memoria selectiva, los años y el olvido voluntario dejaron lagunas en muchas etapas, sobre todo en las más antiguas.
Empecé a vivir una tarde de Junio de hace catorce años, cuando conocí, casi por casualidad, a alguien que cambiaría el rumbo de mi vida. Un poco antes de eso había hecho un descubrimiento fantástico: Las mujeres, cuando están enamoradas, son un caos interno. No respetan amistades ni horarios, todo lo pueden en el amor, nada es posible sin él. Un descubrimiento nuevo para mí, que nunca había sentido mas que la racionalidad y el peso de la lógica por sobre cualquier capricho del corazón. Y no lo descubrí en mí, sino en dos mujeres cercanas.
Milagros era mi tabla de naufragio de una amistad mal lograda. Nos veíamos seguido y recorríamos el pueblo juntas, compartiendo carcajadas. ¡Cómo le gustaba reírse a esa mujer! Tenía una voz fuerte, potente y graciosa, siempre dispuesta a hacer felices a los demás con sus payasadas.
Y también en Florencia, que era un caso aparte, casi como una insignificante piedra en la vorágine de viento que quería arrastrarnos al destino.
Ese mayo aprendí que una mujer puede mentir que esta en el medio del mar para que su novio la llame, preocupado. Pero también aprendí que cuando aparecen juguetes nuevos, a las mentiras les gusta quedar sin efecto. Mejor dicho, yo me preocupé más por ella que el novio mismo.
A esto ha entrado Ignacio por la puerta, un hombre de mirada apacible, sonrisa un tanto irónica, ojos marrones; normales pero con algo que lo diferencia del resto.
-Eso es mentira. Sí me preocupé por ella, pero me di cuenta que era mentira.
Sofía ha dejado de dirigirse al público para retrucar, dulcemente, lo que Ignacio acaba de decir. Parece ser una discusión simpática y alegre.
-¿La llamaste?
-No.
-Dejame terminar, entonces. ¿Qué hacés acá?
-No estoy acá. Vos me trajiste. En este momento estoy en casa tirado en la cama leyendo un libro de un polaco que recibió el premio Nóbel hace poco. Me duele el golpe, nada más.
-¡Acabáramos! ¿Así que estas tenemos?
-No fue una queja, a él le debe doler más.
Sofía queda mirando el rincón en donde Ignacio está sentado mientras se queda a oscuras. Cuando él se va y la luz retorna a su estado normal, vuelve a dirigirse al público.
-Bien. Les decía que una mujer en ese estado de cosas ya perdió mucho de novedad y con lo del naufragio, también la credibilidad. Además, nadie puede pedir un noviazgo estable a tal edad, sería una perdida de tiempo.
Lo quería, declaré que lo iba a conseguir. Se lo declaré a Milagros, que me apoyó en la decisión. De no ser porque ella también estaba decidida a lo mismo. Teníamos formas diferentes de encarar la vida, yo siempre fui más perseverante, más de consagrarme a la lucha paciente en vez de avasallar todo con cuanto proyectil se me hubiera dotado. Así es que me volví su amiga, su confidente, su necesaria. Volvíamos de buscar estrellas de la orilla del mar, caminando despacio, como para que el tiempo no pase nunca. Yo no se que sentía por él en ese momento, pero lo veía como un trofeo al que estaba segura que iba a llegar.
Sofía baja un momento la mirada hacia alguien de la platea.
¡Pero claro que llegué, hombre! No me mire con esa cara de incredulidad, que hasta ahora la única meta que no logre alcanzar fue la del Premio Nóbel de la Paz. Y muchos estarán pensando que con la maquiavélica idea que expuse hace un ratito tampoco es que hago mucho mérito, pero ustedes verán. No siempre me mantuve en esa línea de acción, después me encariño con mis logros y eso fue exactamente lo que me pasó con este crápula. Crápula con cariño, ustedes verán que al principio tampoco hizo mucho mérito para merecer otro adjetivo mas condescendiente.
Sofía ha empezado a subir el tono y aumentar la velocidad hasta que las últimas palabras se pierden porque se le acaba el aire, completando la escena con un enorme suspiro para recuperarse y un trago de agua del vaso en la mesa.
El idilio duró poco, el desamor, demasiado. ¿Creen ustedes que tres años, cinco meses y veintidós días son suficientes para olvidar a alguien? Bueno, se equivocan. Si hubieran sido suficientes yo no estaría contando mi desgracia en este momento.
Toma un libro de la biblioteca del fondo y hace un esfuerzo por leer.
Alejandro, Ricardo, Germán, ah, de este no me acordaba. Sigue leyendo un segundo más. Ah, si de estos si, pero se merecen historia aparte. Vuelve su mirada al público. No, no estuve con ninguno de los de esta lista. Extrae un papel del libro que se desdobla en tres dejando al descubierto una larga lista de nombres y luego vuelve a doblarla con parsimonia mientras dice. Todos estos son los hombres que alguna vez me gustaron, pero no hubo ni un beso. De hecho, si les contara… Pero ya veo la cara de horror de algunas personas mirándose entre sí, por lo que les aviso que pueden quedarse tranquilos, que esas historias no hacen a mi desgracia y no voy a aburrirlos.
Coloca el libro en la mesa y comienza a caminar de un lado a otro sin exagerar los pasos, como pensativa. Mira el reloj una vez distraída y luego vuelve a mirarlo entre sorprendida y horrorizada.
-¡Cuatro horas! ¿Cómo fue que llegué a esto?
Piensa un segundo. Bueno, puede ser que así. Pero no pensé que fuera para tanto.
En fin. Después de mi mal logrado affaire de unas semanas y mis tres años y medio de luto voluntario, vino alguien decidido a cambiarme la vida. Y tan decidido estaba que le costó dos meses darse cuenta de que me quería y esperó un año a que yo me de cuenta de lo mismo. ¡Díganme ustedes! Pero ambos subestimamos el bache, y pensamos que nunca más íbamos a pasar por esa calle nuevamente. Bautista se llamaba. Un chico bien, bueno, santo, católico.
Mientras Sofía describe, Bautista camina desde la puerta de la derecha hasta el sillón lo mismo que Ignacio antes que él.
¿Pueden ustedes nombrarme las virtudes de una mujer enamorada?
Bautista contesta.
-Paciencia, cariño, dulzura…
Sofía gira a mirarlo.
-¿alguna más?
Bautista sigue.
-Perseverancia, soltura, gracia…
Mirando al público, Sofía continúa.
-Ceguera, blindaje… Si, las ultimas dos son virtudes. Virtudes por las que algunas de ustedes siguen siendo felices, ¿díganme si no, mujeres de esta sala? Si tuviéramos que hacernos problema por todo, no llegaríamos lozanas y hermosas ni a los cuarenta.
Las virtudes que más usé con él fueron la paciencia y la dulzura. La paciencia era la que menos me gustaba. Pero llegué a conocer cada detalle de su vida como si fuera la mía propia. Leía sus pensamientos como si un suspiro del aire me los contase todos. Me hacía reír siempre que me contaba cosas y asombrarme cuando me demostraba algo que yo no creía. Ponía sobre todas las cosas su pasión por las ideas y el espíritu, lo insondable y milagroso sobre lo probable y empírico, cuando yo necesitaba proponer la ciencia como la única que podría conducirnos al mejor mundo posible.
-Vos no respetás mis creencias.
-Y vos no respetás a la ciencia, estamos a mano.
-Pero vos…
-¿Siempre con la última palabra, Bautista? A veces me gustaría ser un poco más tonta. Una vez me teñí de rubio y no funcionó, de hecho eso fue lo mas estúpido que hice en toda mi vida. Me costo volver a mi color natural. Decía que me gustaría ser más tonta para no discutir con él por estas tonterías… ¿A dónde vas? Repentinamente detiene a Bautista que se ha levantado.
-A prepararme, no falta mucho.
-¡No, quedate! ¿Cuánto falta?
-Tres horas y cuarenta y dos minutos.
-¡Tan poco!
Mientras dice eso, Bautista se ha ido escabullendo entre bambalinas y Sofía se ha puesto un delantal de lienzo crudo. Al darse vuelta a enfrentar al público nuevamente, dice:
¡Y todo por unas naranjas de cincuenta mil lingotes!
La verdadera historia de mi desgracia comienza una semana atrás, cuando todavía era feliz en una casa feliz con un matrimonio más que feliz con el hombre que acaba de irse. Casi no tenía tiempo para pensar en Ignacio entre los árboles de naranjas del patio trasero que cosechaba y muy cuidadosamente pelaba.
Hace ademán de tomar una naranja imaginaria de un árbol imaginario y se sienta en canastita (como indiecito) en el centro del escenario mientras actúa cada cosa que dice, ensimismada en la faena.
Cortaba una a una las rodajas y las dejaba en una fuente que ponía en mi regazo. ¡Como brillaban las condenadas! Un haz de luz manaba de su centro, lo cual me hubiera sorprendido de no ser que una vez me atraganté con lo que generaba esa luz y descubrí su secreto: un diamante que había germinado en ellas. Yo lo extraía y lo colocaba sobre una almohadilla de terciopelo azul con mucho cuidado. ¡Y todavía había gente que no creía que García Márquez las haya visto! Yo les decía, ya te vas a enterar, cuando sientas que las señoras muy aseñoradas tratan de tapar con Chanel la fragancia a naranjas que mana de mis diamantes. Y los rubíes de las manzanas, pero esos nunca me salieron como quería, así que regalé muchas pulseras y aros de oropel y rubíes a mis amigas.
Y así sentadita como estoy ahora, escuché una discusión dentro de mi casa. Y ahí comenzó mi desgracia.
Hace ademán de dejar la canasta a un lado, se para, limpia el delantal con las manos y coloca su oreja en posición de escuchar la discusión que proviene de bambalinas. Aunque no se escucha nada, Sofía hace gestos horrorizada mientras sigue escuchando. En un momento, la discusión la supera y se saca con ira el delantal y lo tira a un lado.
¡Así que entré! ¿Qué más podía hacer? Hay un momento en la vida de toda mujer en la que tiene que plantar cara y dejar las naranjas a un lado. Dije para mi “¡Estos dos me van a escuchar!” y entré enfurecida a enfrentarlos.
-¿Qué hacés acá? Sofía grita a Ignacio que aparece por la izquierda de la sala. Bautista también ha entrado por la derecha.
-Vine a reclamar lo que es mío. Estuve esperando mucho tiempo hasta que me decidí a venir. ¡Catorce años! ¡Catorce años pensando que vos misma ibas a reconocer que el amor estaba más allá de esta jaula simbólica que son estas cuatro paredes y de este falso amor e ibas a correr a mis brazos! ¡Catorce años, Sofía, Catorce! ¡Toda mi vida consagrada a tus labios! Y ahora he venido a recuperarte. Espero que ahora sí te des cuenta.
Bautista, que ha permanecido inmóvil y expectante une a la acción, con aparente calma pero reprimiendo la ira que irá soltando a través de la escena.
Bautista -Viniste a perder tiempo Ignacio, ella no quiere irse. Sino se hubiera ido en alguna de las sucesivas treinta y siete oportunidades que tuvo. Porque no sos bueno para ella, porque Sofía sabe que el amor está en la virtud y la seguridad, no en la imprevisión y la locura, el amor de verdad es estable, no volátil y etéreo como lo que venís a proponer vos. Yo asumí la responsabilidad de quererla como se debe, y no como se puede y ¿que hiciste vos? Esperar que una mujer caiga en tus brazos no es lo más inteligente que un hombre que se precie de serlo puede hacer.
Ignacio -Y que hiciste vos, llegando al mismo horario todos los días, siempre con la camisa bien abotonada y la corbata como si Sofía recién te la hubiera hecho, cobrando a fin de mes para poder ir todos los años de vacaciones a Saint Gèmille, para poder cambiar el auto cada dos años, comiendo lo mismo todos los lunes de tu vida, no creyéndole cuando te dijo que en sus naranjas germinaban diamantes, poniendo por encima la estabilidad de una casa en vez de la alegría de un hogar. ¡Qué más le daba a Sofía si iban a Saint Gèmille cada año si nosotros podíamos ir a vivir a un pueblito costero en una casa cuyo balcón dé al mar! ¡Y llegar con arena hasta en los bolsillos a la hora que sea necesario llegar porque las tripas ya están afónicas de rugir de hambre! O rompernos los callos de los pies en las montañas nevadas, ¡Donde sea! Llevando el amor a cuestas, estoy seguro de que no nos haría falta más.
Pero no, vos tenías que sacarle una a una las plumas de sus alas inmensas, ¡y mierda que te costó! Pero lo hiciste… No hay nada más satisfactorio para un burócrata que un trabajo bien hecho y muy bien registrado.
-No sé como calificarte, pero creo que indolencia es lo que más se acerca a tu semblante. No voy a dejar que te la lleves ahora, arrancando de cuajo todo lo que me costó la vida hacer que germine. (pequeña pausa en que se miran, enfurecidos) Aunque, deberíamos por primera vez en la vida, dejar que la dama hable.
Los actores hacen una pequeña pausa y quedan inmóviles mientras Sofía se acerca al frente del escenario para hablar con el público.
-¡Con que estas tenemos! Faltan menos de dos horas y yo intentando reproducir el momento de mi desgracia para ue ustedes también puedan sufrirla conmigo. Es jueves, como todos sabrán. Jueves veintisiete de junio, de madrugada. Faltan dos horas o menos para que amanezca, ¡Fatídico día! Hoy se corporizará mi desgracia. ¿No vieron ustedes al entrar pájaros negros o nubes oscuras? ¿no? ¿Ni siquiera notaron que las constelaciones estaban mas titubeantes que de costumbre? Las estrellas fulguraban con un resplandor raro, como gris perla… ¿Qué hacen a la noche todos ustedes que no miran las estrellas, eh?
Y no me miren con cara de “hay cosas mas importantes que hacer” ¿Como qué? ¿Ponerse cremas y ungüentos las mujeres y los hombres tomar whiskey y leer los diarios? ¡Que importante! A mi me gusta, sin embargo preguntarle cosas a las estrellas. Pero en noches como ésta prefiero quedarme callada y no pisar en falso ninguna baldosa floja.
Vuelve a la escena en la que los dos actores siguen inmóviles. Cuando empieza a hablar, la acción se reanuda.
-Estoy cansada, es cierto, cansada de la rutina de un matrimonio feliz. Pero no pretendo, ni mucho menos, largarme una noche en que las estrellas me dijeron “quedate” con alguien que viene, después de catorce años, tres meses y cinco días con sendas horas y minutos, dice que a buscarme. La vida no es así de fácil, como ustedes piensan. Mucho tiempo soporte esta dualidad de estar acá queriendo estar allá y de estar allá queriendo estar acá y en la playa soñando con las montañas y en las montañas queriendo que me arrulle el sonido del mar y ¡Quiero ir a vivir a Saint Gèmille! No se dan una idea de lo mucho que espero poder ir doce días, siempre los mismos doce días del año a esa ciudad chiquita, enamorada del mar que la busca, besa sus costas y se va y cuánto sufro cada vez que guardo los siete vestidos, las diez remeras, el traje de baño, los cuatro pantalones cortos y los calzados bajo el cielo infinito que el bellísimo mar compró todo todito para su amada ciudad. Me despido de ella con un abrazo gigante prometiéndole volver al año siguiente, los mismos doce días que todas las veces. Esto ya no se trata de mí, y ustedes lo saben. Se trata del orgullo de los dos, más grande que la tristeza de este pueblo. Yo me voy hoy, armo mis siete vestidos y toda la parafernalia y me voy sin hacer ruido a mi adorada Saint Gèmille. A vender diamantes, a eso me voy. Y ustedes, arreglen como mejor les parezca.
Bautista y Ignacio se retiran y Sofía vuelve a sentarse en el banco inicial, de cara al público.
Y así fue como me vine a Saint Gèmille y así es como ahora estoy esperando que el tren en el que viajo que me lleve al lugar de mi desgracia otra vez, tras seis días de tristeza pura. Ya no podía callar más. Cuando amanezca, uno de los dos corazones que me reclaman va a dejar de latir cuando una bala de un revolver cargado de ira les atraviese la arteria aorta, que está repleta de orgullo, odio y sinrazones, y queden esparcidos por el suelo todo el honor y la gloria de quien supo compartir una historia conmigo.
Se escucha un pitido de tren de fondo, anunciando la llegada a destino. Sofía hace ademán de bajar y mira a su alrededor, mientras la iluminación comienza a ser mas extensa, como simulando el amanecer.
Tengo poco tiempo, pero creo que voy a llegar, y ya decidí lo que quiero hacer. Tengo el alma acá y allá y me cansé de esta dualidad. Voy a entregarle mi corazón a los dos a ver que hacen con él.
La escena del duelo, detrás de Sofía ya esta preparada, Bautista y Ignacio, de espaldas, con un arma en la mano. Sofía cuenta hasta tres mientras se acerca a la escena. Cuando grita tres, un poco exageradamente, se mete entre la balacera con los ojos cerrados.
TELON.