Recientemente vivimos el desenlace de una relación caótica no tan reciente. Una historia heredada que claramente es más vieja que los 24 años que yo la sufrí, por eso este descargo no es para mi, para victimizarme, sino para limpiarme un poco de impurezas y continuar caminando.
Esa mujer tiene 50 años, el cabello oscuro y los ojos marrones. Antes se reía mucho, leía mucho, pensaba mucho. Nena mimada de papi y mami, creció envuelta en la mentira de la familia perfecta, de los padres abnegados, sacrificados y héroes que fueron a hacer patria a una escuela de isla.
Esa mujer no es hija única, pero es como si lo fuera. La nena malcriada, enseñada a tocar el piano para ser una nena bien, creció en un mundo irreal donde le dijeron que todos giraban a su alrededor. Y se lo creyó.
Y así fue que cuando se enfrentó a la vida, en la primera semana de casada, se sentó en la cama llorando porque no sabía como arreglarla.
¿Aprendió? A hacer la cama sí, más o menos. A esforzarse para lograr lo que tenía que lograr? No, ni ahí.
Pero acá no termina la cosa. Imaginate que si no sabía hacer una cama no iba a saber criar hijos. No, no supo. Pero hizo lo que mejor sabía hacer: LE ENDILGÓ A OTROS LA TAREA.
Así, la única figura materna de mi vida fue mi abuela Chilu.
Y esta es la razón por la que Esa mujer me detesta. Por algo que, mucho tiempo atrás, ella solita generó.
Hasta hoy día mi abuela me cuenta de las veces que Esa mujer me dejaba en su casa y no daba señales de vida hasta pasadas las diez de la noche. No se que hacía (calculo que ninguna actividad reprochable para la sociedad, la maestra ejemplar iba y se quedaba en las fiestas de la escuela, en reuniones de maestros, en lo que sea que no le permitiese asumir la responsabilidad de madre) pero no estaba para generar vinculos. Y los vinculos que se generan a temprana edad quedan para toda la vida.
Por eso es que no fue raro cuando, a los 8 años y después de un divorcio anárquico, decidí ir a vivir con mi viejo. Me acuerdo que fue una decisión consciente. No me sentía para nada apegada a ella, extrañaba a mi viejo todo el día y me quería ir. Una nena quiere lo que una nena quiere y punto.
Era un toque de Electra, tampoco hay que negar los factores psicológicos, pero otro mucho era porque realmente no existía conexión entre Esa mujer y yo. Bastantes años me sentí huerfana.
Después de la decisión, (conjuntamente con la decisión de abandonar la fé católica), mi vida entera empezó a ser un caos de deberes y obligaciones morales.
Desde mi cumpleaños número nueve y hasta el de veintidós inclusive, utilizó las formas de manipulación más diversas para hacerme sentir mal y culpable de su fracaso, de su soledad y su angustia. Cuando cumplí los nueve años, fue a buscarme a la casa de mi abuela porque quería que me vaya con ella. Nosotros aun no habíamos cortado la torta. Me acuerdo que era de color violeta clarito y yo me quería quedar ahí donde estaba. Después de la pelea, cuando comencé a lagrimear, mi recuerdo se corta. Cuando tenía once años decidió "no hablarme" durante dos meses, porque "yo tampoco le hablaba". Cuando tenía dieciséis me negó los dos besos del saludo. Cuando tenía dieciocho quise plantearle algo serio y no me contestaba. Cuando cumplí veintiuno, usó a mi hermana menor (que vive con ella, hija de una relación posterior al divorcio de mis viejos) para manipularme y que me sintiera mal por no pasar mi cumpleaños con ella. Cuando llegaba al punto de poder odiarla casi sin culpa (porque en realidad siempre fue cuestión de culpa, porque siempre tuve más que justificadas las razones para detestarla) pasaba algo, venía una rafaga de esperanza, hablábamos (siempre superficialmente) y quedaba todo tambaleante de nuevo.
Durante mi vida siempre intentó acercarse de manera superficial: Que otros vean, que a pesar de que su hija no estaba con ella, ella sí estaba con su hija, porque era una madre cariñosa y tenía la mala suerte de tener una hija... de puta. Y mucho tiempo lo sentí así. En el colegio lloraba más que el promedio, me encerraba en el baño a llorar con alguna amiga que me banque y siempre tenía razones.
Pensé, tiempo después, que yo hice circo toda la secundaria pero la verdad es que la pasé muy mal. Huerfana de madre, aun teniéndola viva (que es el peor tipo de orfandad), aprendí a prueba y error a maquillarme (mal), a usar corpiño, a usar toallitas femeninas y no mancharme en el intento, a ponerme un tampon y mal que mal a relacionarme con otras mujeres y hombres que se han cruzado en mi camino.
Y siempre me siento identificada cuando hay hijos de puta que culpan a la victima. Porque el mecanismo de convertir al victimario en victima, tan comun hoy en día, está tan naturalizado que ahora mismo, a pesar de que Esa mujer malversó dinero que mi viejo le pasaba para el pago de tres terrenos (para tener un mínimo lugar donde poder caernos muertas, mi hermana mayor y yo), logró terminar de pagar uno solo, lo vendió y compró un auto para uso particular que por esas vueltas de la vida terminó regalándoselo a su nuevo novio. A pesar de no pasarnos el dinero de manutención cuando por fin vivimos con papá sin tener un recibo firmado por nosotras, tarea que como ella no quería hacerla, se la endilgaba a su madre, mi abuela materna; a pesar de usarme como depositaria de todos sus problemas reales e imaginarios, y a pesar de que por fin logró echarnos de la casa que habitamos mi hermana y yo, Esa mujer piensa que las culpables de todo somos nosotras, sus hijas, y que ella es una pobre victima, que sus ingratas hijas no la van a visitar porque es pobre.
Yo tengo que admitir que sí, no te visito porque sos pobre. Pobre de corazón. Porque sos una reverenda hija de puta. Porque tu corazón egoista nunca estuvo preparado para sentir amor de verdad y por eso te conformás con publicarlo en las redes sociales. Porque nunca, ni a los 22 ni a los 25 ni a los 42 y ni siquiera ahora a los 50 estás preparada para ser madre.
Y ya sé que me vas a decir, "cuando tengas hijos hablamos", no, no vamos a hablar nunca más. Y a mis hijos no los vas a ver crecer, porque no merecés arruinar la vida de ningun niño más con tus infantiles exigencias, con tus estúpidas puestas en escena donde vos sos la victima.
La última vez que hablamos pensé que todo iba a cambiar. Lloramos, nos explicamos, yo personalmente me abri como en una cirugia a corazón abierto. Y me da asco pensar que vos solo mentiste. Me dijiste un par de cosas demasiado fuertes y demasiado buenas para ser verdad.
No sos la victima aca. Sos una basura acostumbrada a recibir segundas oportunidades.
Pero no me acuses a mí de tu soledad, de tu fracaso y de tu angustia. Porque el cielo y el infierno se lo gana cada uno con sus actos.
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