Amores imposibles que escriben en canciones
el rastro de una estrella...
Nunca voy a dejar de buscarte,
la excusa más cobarde
es culpar al destino.
-Volví a leer la poesía que está entre sus notas y no pude reprimir la risa. ¿Puede ser posible que yo, a muchos más kilometros, con mucha desventaja, haya podido ganar?
De cualquier forma el espectáculo me parece patético: De un lado está ella, radiante, lozaa, sin tener ni puta idea de a que se enfrenta, o sabiéndolo perfectamente como todas en algun momento de nuestra vida cuandonos encaprichamos con algo estúpido; y del otro lado está esta humilde servidora que considera todo perdido (y puede que tenga razón), pero sigue sonriendo. Millones de cicatrices y la sonrisa intacta. Sabe que puede mover los hilos, no sabe cuanto, pero es consciente de que ella influye en algun punto en decisiones remotas. No, no es una simple sensación de seguridad, de soberbia. Es una realidad palpable, algo que vino probando desde hace mucho. No son marionetas, y sin embargo ella puede lograr mover algunos hilos todavía. No sabe por cuanto tiempo más, pero admite que ya es mucho más del que se hubiera imaginado (o permitido si dependiese de ella).
Se dio cuenta que poco sabe del títere al final de los hilos por los que mentalmente pelea. Ni siquiera un par de gustos o disgustos, o alguna reaccion automática irreprimible. Un tic, la forma en que tose, una sonrisa reconocible entre miles. No sabe, no sabe si alguna vez supo y no se acuerda.
La escena es patética.
Es pelear con una nena de 8 años por un peluche viejo del que vagamente se acordaba de la existencia.
Mentira: Todos los días tenia claro que el peluche existía, pero a fuerza de no verlo se fue olvidando de las características escenciales. Y ahora peleaba. ¿Ahora?
No... ¡Qué va a ser ahora nomás! Siempre.
Y la escena vuelve a ser patetica. Nunca va a saber si ganó o no. Es demasiado cobarde para eso.
Entonces, ¿quién termina venciendo?
Es una simple sensación de mareo. Todo comenzó a dar vueltas y yo no dejé de escribir imaginandome a la macabra titiritera y en la extensión de sus hilos. Y en los otros hilos, los interconectados como telas de araña con nudos marineros, con nudos corredizos hacia los cuellos de otras marionetas y así. Me dio miedo pensar el alcance de un par de manos. Y miré para arriba, quizás yo también veía un par de manos y un par de hilos. Y me imagine las manos que manejaban los hilos de la sinistra titiritera. Y no vi nada. Ni a su padre, ni a su madre, ni al Príncipe Kropotkin, ni a los muertos de Once más recientes. Era un solo ser con las manos atiborradas de hilos de todas las medidas. Y la dejé de ver siniestra.
Me dio tanta pena que cuando me levanté a buscar agua, tratando de no desmayarme del mareo traje tijeras e intenté cortar los hilos uno por uno: si hubieran sido de diamante sería más facil romperlos.
Acero sólido, inquebrantable y ella mirándome suplicante.
No puedo hacer nada por vos.
No está en mis manos.
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