Entre citas de Sábato y galletitas dulces, Ella flotaba en un ambito idilico entre el aroma a libro nuevo y a tinta impresa. Solo sabía que no sabía nada, mas que los mil cuentos de princesas que acecharon toda su infancia.
Seguía tendida en el sillón de tres cuerpos, arropada con una frazada azul, abrazada a un almohadón que todavía conservaba su perfume.
Ella sabía, simplemente, (con la sabiduría ferviente de quien no quiere aceptarlo) que se había quedado completamente sola. Que no habría brazos en el mundo capaces de llenar ese vacio que sentia en su soledad.
La musica sonaba muy despacio, el frio casi adornaba la habitación calefaccionada del departamento de San Martín al 1300. Había flores que no encontraban sosiego entre las hojas de Los Otros, los libros por los que Ella tenía predilección esperaban en un estante, inquietos.
Le hubiera gustado tener un perro.
Pero mejor que no. La mayoría del tiempo odiaba a los perros.
Daba para quedarse dormida, pero prefirió hacerse un café y ver en la agenda a quien podía llamar. No se le animó a nadie, era miercoles, casi once de la noche. Al día siguiente le tocaba la guardia.
Quería la soledad para sí, acompañada. Quería la vida para sí, sosegada.
Quería escribir poesías, quería un libro de sueños.
Quería...