Inés - Escucha, Pedro, voy a confesarte algo que ninguna mujer confiesa. Si la primera vez que llegaste a mi puerta, en lugar de prometerme amor eterno, me hubieras dicho que era sólo por aquella noche, me habría entregado lo mismo para tener siempre algo hermoso que recordar. Cuando volviste al día siguiente pensé que eras galante. Cuando volviste otra vez creí que eras generoso. Y de repente, cuando ya no necesitaste volver porque ya no te fuiste, toda yo me puse a temblar, con ese miedo feliz de quien está viviendo un milagro. Te hubiera dado las gracias toda mi vida por una sola noche, y no ha sido una, ni cien, ni mil. ¡Son ya diez años llenos de ti día por día! ¿Será posible todavía más... o habrá un castigo allá arriba para los que hemos sido demasiado felices?
Pedro - ¿Lo eres en este momento?
Inés. - ¿Por qué lo preguntas si estoy contigo?
Pedro. - Porque es una felicidad bien extraña la tuya, con los ojos húmedos. Una felicidad con todos los gestos de la tristeza, como si en vez de vivirla la estuvieras recordando.
Inés - ¿No es eso lo que los portugueses llamáis "saudade"?
PEDRO. - No; saudade es la pena de ausencia que se siente
Inés - ¿Qué es lejos para ti?
Pedro - Otros árboles, otra manera de hablar... otro país.
Inés - Demasiado. Para una mujer es lejos todo lo que está más allá de sus brazos.
Pedro - Saudade es dolor del bien perdido, y tú no has perdido nada aún.
Inés - ¿No estoy perdiendo algo tuyo a cada momento? Cuando acabas de besarme ya siento saudades de aquel beso que se va. Cuando te duermes, aún no has terminado de cerrar los párpados y ya tengo saudades de tus ojos.
PEDRO. - Es milagroso que podamos sentir tan igual siendo tan distintos. Tú la ternura y yo la fuerza. Para ti la caricia y la canción de cuna; para mí el grito y el caballo.
Inés. - No podemos negar nuestra tierra: España tiene nombre de madre; Portugal, de galán. Eso es lo que me da miedo de ti.
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