sábado, 10 de octubre de 2009

A esperar la hora en que el milagro se repita.-

ISABEL-¿Cree que una sonrisa puede valer algo?
MAURICIO-Quién sabe. ¿Ha paseado alguna vez por detrás de la cárcel?
ISABEL-¿Para qué? Es un baldío triste, lleno de hierro viejo y de basura.
MAURICIO-Pero sobre ese baldío hay una reja, y aferrado a esa reja un hombre siempre solo, sin más que ese paisaje sucio delante de los ojos. Pase usted por allí mañana al mediodía, mire hacia la reja, y sonría. Nada más. Al día siguiente, vuelva a pasar a la misma hora. Y al otro, y al otro...
ISABEL-No comprendo.
MAURICIO-La peor angustia de la cárcel es el vacío, que hace inacabable el tiempo. Cuando ese hombre vea que el milagro se repite, hasta las noches le serán más cortas, pensando: "mañana, al medio­día..."
Los arboles mueren de Pie, Alejandro Casona.
Una sonrisa puede cambiar el mundo.
Cuando tenía siete años y vivía en un barrio con capilla y vecinos que se conocían entre sí, mi mama no me dejaba salir de casa a la siesta. Por supuesto, la niña hiperactiva no dormía ni a proposito, así que en ese tiempo me divertía jugando con cualquier cosa que no hiciera ruido. Era el tiempo en que papa no trabajaba en la ciudad, asi que solo venía los fines de semana, los sacrosantos viernes en que lo esperabamos con la mesa tendida a que llegue del viaje.
Esa siesta en particular estaba muy aburrida. Necesitaba hablar con alguien o libros nuevos. No tengo idea de que hacía mi hermana, de once años en ese momento, pero es seguro que no me daba ni bola. Así que me arrodille en uno de los sillones mirando por la ventana hacia la vereda. Pleno verano, tipico sol calcinante de fines de enero, terriblemente caluroso viento norte. Me acuerdo bien, habrán sido las tres de la tarde. La vereda estaba vacía, por supuesto. En formosa la siesta es mas sagrada que los miercoles de ceniza.
Pero habia una sola sombra larga, una sola sombra larga que caminaba con pasos de gigante sobre un sendero. Seguro, tranquilo. Fue la primera vez que vi al padre Francisco.
Sin ablandar su paso el me miró y yo atiné a sonreirle. Pense que nunca mas en mi vida lo iba a cruzar.
Hablaba un español raro, como aprendido de grande y penando. Pero hablaba lindo. Sus palabras irradiaban esa paz que tanta gente necesitaba. Ese abril me apunté en catecismo, porque él estaba dando la clase. Me dijo que mi sonrisa podía curar muchos corazones, que no se apague.
Al padre Francisco le debo el haber aprendido a valorar mi sonrisa, que ciertas personas dejan un hueco imposible de llenar y que rezar es mucho más que un padre nuestro un domingo en la iglesia.
Hoy de tarde, me acordé de golpe de él y de lo mucho que significa una sonrisa.
Hoy de tarde hice feliz a una mujer con mi sonrisa. Hoy de tarde una mujer me devolvio la felicidad con una sonrisa.
Hoy de tarde me di cuenta que no necesito un centavo para ser la persona mas feliz del mundo.

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