Hubo una vez una princesa que se despojó de los títulos, porque decidió que ya no le parecía tan buena idea la monarquía. Hubo una vez una niña que, muy a pesar de todos y de ella misma, decidió no crecer, sino madurar. Hubo una vez una mujer con los ojos de milagro que dejó de creer en milagros y comenzó a creer en sí misma.
Hubo una muchacha que vino del pueblo a la ciudad y se dio cuenta que eramos todos iguales, y que estaban todos equivocados los que pensaban lo contrario.
Hubo una vez una mujer que decidió que las partes de canciones que cantaba no la identificaban del todo y comenzó a escribir.
Y escribió. Primero un par de líneas.
Descubrió que la vida era hermosa. Descubrió que ella misma era hermosa.
No físicamente, de la belleza que importa. No la de los concursos, no la de las fotos.
Y cambió los versos tristes por versos de cambio. Poesía, palabras hecha carne que cantaban sobre la belleza, sobre el sueño hermoso de los hombres justos.
Y no fueron suficientes canciones que vendían sentimientos de papel, no.
Ella comenzó a escribir su historia.
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