lunes, 7 de septiembre de 2009

La noche más terrible para los corazones rotos.-


Terminé de asegurarme de que estuviera todo listo. Hacia mucho no planificaba nada con velas y rosas, creo que más por el hecho de que odio de manera irracional los clichès. Pero esa noche lo merecía. En mucho tiempo, el haría cierta declaración que mis oidos necesitaban, al menos para pretender que todo esto, todo, no había sido en vano.
Permanecía en mi la incertidumbre, la sensación de estar exagerando en los detalles, como siempre, el flagelo de las noches pasadas sin dormir, el peso del maquillaje y del paso del tiempo. Y aun así, la sonrisa permanecía inmutable en mi rostro como único nexo con el mundo exterior.
No se cuando empecé a odiar mi manera de relatar las cosas. Supongo que uno o dos días despues de la caída. O quizás un poco antes, ¿como podía saberlo? En mucho tiempo mi cerebro no tenía espacio más que para el tiempo presente, el pasado eran meros borrones y anexos a una realidad que posteriormente olvidaría de manera completa sin quejarme. Como siempre. Creo que me tomé muy en serio el verso que decía que saber olvidar tambien es tener memoria, pero mi mecanismo de defensa llegaba a extremos que de a ratos me molestaban. ¿Un escritor sin memoria? Es posible, pero no un cronista sin memoria. Y las veces que actuaba de cronista había ciertos detalles que se evaporaban, como si nada fuera real y tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para retener ciertos puntos importantes.
Pero quería que esa noche fuese unica -como miles anteriores- y no olvidé llevar una libreta y una lapicera para apuntar detalles: que usaba, que aroma tenía, que brillo irradiaba su mirada. Todo estuvo listo, quise sentarme y esperar a que el suceso simplemente ocurra, todavía con una sonrisa.
El tiempo comenzó a escabullirse de los relojes, imperceptible y sistemático. Pasó la primera hora acompañada de mi primera copa de vino tinto -para calmar tensiones- y la segunda se aventuró en la jungla de esperanzas. La tercera comenzaba a sacudir su sueño cuando lo ví doblar la esquina. Mi libreta tenia una mancha rosada, yo, un polígono rojiblanco en la cara que algunos podrian llamar "mueca que recuerda a una sonrisa".
-¿Acá era?- Pronunció como saludo.
No atiné a contestar, su aliento terminó de desilusionarme. Me dí mi tiempo para tomar las notas pertinentes.
Miré mi obra y evalué la forma en que desentonaba con ese mamarracho que estaba parado frente a mí.
Tomé las rosas blancas que había sobre la mesa, y me paré. Le di la espalda.
-¿No vas a saludarme?-Me preguntó, subitamente cuerdo.
No respondí. Comencé a caminar a paso firme, con las rosas en la mano derecha. Y ni bien pude, tomé un taxi.


De las notas de aquel día, paso a transcribirlas.

"La cita era a las nueve y son las diez. No creo que sea un buen comienzo de la noche, pero puedo hacer el esfuerzo de quedarme un rato más.
Ahora son casi las once menos cuarto. Pero decidí quedarme hasta que llegue. Puede que tenga una buena excusa, quizás hasta sea verdad.
Son las once y diez y lo veo cruzar la calle. Está, digamos, con su funcion coclear totalmente anulada. Bueno, tal vez escucha.
Huele a humedad y a ron, y, si no me equivoco, el perfume que lleva es de mujer. Si, de mujer. Paco Rabanne, para ser mas exactos. Tiene la camisa Christian Dior fuera del pantalón, y la corbata un tanto desalineada. Los zapatos tienen manchas. El brillo que irradia su mirada... es inexistente."

¿Necesitaba una prueba más? Le di las flores al taxista y le recomendé que se las diera a su esposa.
Yo, por un buen tiempo, no vería más velas que las de los cortes de luz.

2 comentarios:

  1. Si, los planes apestan. Sobre todo cuando se mezclan en las ensaladas de los buenos para nada.

    Saluditos.

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  2. sos un poco fascista?? nouuu!!!! se me cayo una idola...

    :(

    de donde sacas tan buenas plantillas de blog??

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