lunes, 25 de abril de 2011

La bienvenida.

Mucho tiempo después, Milagros soñó con Francisco. Un Francisco que la saludaba desde la otra vereda de la clínica y hacía ademán de cruzar. Pensó un momento. No, no estaba soñando, Francisco estaba realmente ahí, saludándola como el primer día y preguntándole si necesitaba ayuda.
Había pasado un día en terapia intensiva y el medicamento no la dejaba recordar nada.
-Te vine a buscar, Mili, ¿por qué saliste sola?
Un poco avergonzada, ella le confesó que no se acordaba, que de hecho pensó que pasó mucho tiempo y su primera impresión fue la de estar soñando.
Él sonrió. No supo que contestarle. La ayudó a subir al auto, le abrochó el cinturón de seguridad y cerró la puerta. Ella se durmió en el camino, en mitad de un tema de The Beatles.
Despertó sobresaltada diez minutos después, con sed y con fiebre, pidiéndole a Francisco que no la dejara sola.
Francisco lejos estaba de esa intención, le tomó la mano, sonrió y siguió manejando hasta la casa de Las flores.
-Yo debería haberte pedido eso- le dijo al llegar. -Pensé que te me ibas.- Le contó, agachando la cabeza.
-Jamás podría dejarte solo, Fran.
-El médico dijo que en un día o dos vas a volver a estar en óptimas condiciones.
-Bah, óptimas - Retrucó Milagros en tono despectivo.
-No, si vas a empezar así, sabés bien que no te curás más.
-No me curo más.
-Nos vas a enfermar a los demás.
-Tenés razón. Perdoname. - se disculpó mientras Francisco le abría la puerta del auto y los dos mastines bobos de la quinta venían a saludarla con la alegría de verla después de dos días.
-Mis vidas, ¡me extrañaron!
-Anoche los tres estábamos en vela. Te quieren mucho. No más que yo, pero te quieren mucho.

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