Tengo demasiadas cosas en la cabeza.
Quiero indignarme por una cosa, por otra, alegrarme, organizarme y hacer la tarea, organizarme y planificar el programa, armar un esquema creativo de mi semana y es miércoles y ya quiero que sea viernes. Viernes, no sábado. Un especie de viernes eterno que me dure todo eso que quiero hacer para que mi semana fluya de lo más feliz bajo el manto protector de una planificación organizada, planificada y estereotipada. Quiero crear una nueva entrada en el blog y que las palabras salgan solas, querido cerebro, queridas manos, querida boca: quiero hablar de esto. Sí, Mechi, ahora empezamos. Y el ahora no llega nunca.
Quiero indignarme sutilmente. Decir cosas que no diría directamente a través del blog porque sonarían políticamente incorrectas. Quejarme de la gente sin conocimiento de métodos anticonceptivos. Pero ¿por qué? Si ellas han demostrado poder estar más tiempo felices que yo… ¿Será que hablo desde la envidia? ¿También a mí me gustaría estar embarazada? Lo pienso y me agarra un escalofrío. No. No ahora. En su momento.
Porque ¡Claro que me gustaría tener hijos! Pero… ¿y después? Cuando no pueda dormir de noche porque debo estar cuidando que el retoño –que estoy segura que va a ser lo más hermoso de mi vida, cuando esté preparada, en su momento- o cuando el padre de la criatura no me deje respirar, o cuando… Es demasiado para una Mercedes de veintiún años.
Pero quizás sólo sea demasiado para una Mercedes de veintiún años y no para otras mujeres de veintiún años, de veinte, de diecinueve o dieciocho. Quizás yo aún me veo como niña. Quizás eso no sea tan bueno.
Cuando una se queda embarazada, supongo, se produce un proceso irreversible de maduración en cierto aspecto de la vida, lo que no quiere decir que en todos los aspectos ocurra igual. El cariño se hace más intenso. Las preocupaciones cambian. Una dice “los dos amores de mi vida” por el padre de la criatura y por la criatura. Es mentira. El único amor de la vida es ese hijo chiquitito que crece todos los días y que una no deja de ver y de admirar la pequeñez y la grandeza y lo hermoso de la vida. El padre, en cambio, puede tener mil errores. Pero esa criatura no.
Y llega el punto en que mi preocupación se torna admiración. Es fantástico ver como esas mujeres que hace dos meses por ahí se ponían mal por no tener algo que les quede para salir, se preocupaban por lo que decían los demás, se enfrascaban en peleas sin principio ni fin con el novio, se quejaban de la música que pasaron en un boliche hoy tienen un aura totalmente diferente: Los pies elevados dos centímetros sobre la tierra, flotando en el aire, hinchado el pecho de felicidad, de coraje, de determinación. No debe ser una decisión fácil. Pero una vez que tomaron la decisión de querer, de amar y adorar lo que está creciendo en su vientre la vida se torna mil veces más placentera. Ahora sólo tienen que preocuparse porque esa criatura tenga el mundo más feliz posible.
Y ahora solo me queda felicitarlas. Porque no existen manuales para ser padres pero ustedes lo están llevando excelente. Porque me acuerdo de mi mamá que también se casó a los veintiún años, porque me emociono de pensar en todo el amor que van a entregarles a sus bebés.
A algunas las conozco poco, y de salidas, a otras hace miles que no las veo pero no quiero dejar de felicitarlas: Barby, Noe, Andre, Juli, ustedes inspiraron esto. Es mi humilde regalo para desearles un feliz día de la madre ahora y siempre (que el día de la madre es todos los días) y que tengan una feliz pero muy feliz vida.