-Sos un grandísimo hijo de re mil puta.-Alcancé a escupirle en la cara antes de que subiera al auto negro y amarillo, resguardado por su maletín negro ahora manchado de Sundae de Frutilla.
Volví a sentarme y comencé a respirar hondo. Esto no se parecía de ni juego a lo que yo esperaba que fuera.
Dos horas antes y descompuesta fuera de una cadena de bazares, por la peatonal me lo había encontrado, cualquiera diría que de casualidad, si no fuera que hacía tres días no pensaba más que en ese encuentro esclarecedor que tendría lugar justamente allí, fuera de Falabella. Me encontró parada, algo pálida pero disimulada, como siempre, con el maquillaje; atorada en mis pensamientos; con una blusa clara y un jean ajustado; y con la cartera blanca colgada del brazo derecho.
-Llegás tarde, yo no tengo todo el día.
-Llegué, a lo sumo, tres o cuatro minutos tarde, no empecés.
Seguimos caminando casi sin hablarnos unas cuatro o cinco cuadras más, hasta que señalé un café. Él me propuso una heladería que estaba a dos cuadras de allí y yo acepté, creí, en ese momento, que me bancaría mejor una de esas charlas con un helado de dulce de leche y frutillas.
-Sé que preferís el helado.-me dijo. Yo no reparé en ese detalle.
-Estoy como sedada- le dije al llegar y sentarme. –Quiero un Sundae de Frutilla y chocolate, ¿me lo podés traer?- pedí demasiado amablemente mientras extendía los billetes hacia él. Asintió pero ignoró mi mano. Yo volví a guardarlos.
Durante el tiempo que el pedía los helados –no se cuánto habrá sido, cinco o seis minutos, tal vez- yo no paré de morderme los labios y pensar en como iba a hacer para decirle todo sin desmoronarme como un castillo de naipes, ahí mismo. Debería haber hecho una carta, pensé, pero ya es tarde, y encima estoy acá, sentada en una heladería con él, ¿no era que no querías que nadie se entere? Bueno, mirá si alguien por esas causalidades de la vida te ve, bonito escándalo se te arma. Y si armás quilombo, ¿no es demasiado público el lugar como para pasar desapercibida? Mientras mi yo racional trataba de convencer a mi yo irracional de no salir corriendo despavorida, aunque la tentase la idea, yo permanecía inmóvil con los labios blancos de tanto morderlos, fiel a mi costumbre, apoyando ambas palmas en la rodillas, un poco curvada la espalda y con el cabello recientemente color almendra un poco despeinado por el viento. Recién me daba cuenta de que corría viento, viento sur.
Cuando llegó con los helados, levanté la vista y solté mi labio que había quedado ostensiblemente marcado. Intenté buscar en la cartera los billetes para devolverle el importe de mi postre pero el acompañó el Ya fue con un gesto definitivo.
Me sentía como una rea a punto de escuchar su sentencia. Así me sentía. Los fiscales, gente que yo traía a mi memoria que había sido incluida en el destino común de nosotros dos, me miraban con sus gestos particulares y había una gran mayoría dispuesta a gritar Culpable, Señor Juez. Solo algunas caras familiares me sonreían tímidamente, me expresaban su apoyo incondicional, pero no eran las que mas importaban. La primera fila de fiscales, los más fuertes, dueños de los juicios más perentorios, estaba plagada de rostros que me decían que no debía estar ahí en ese momento y que ese era mi mayor crimen. Decían sus rostros que esa actitud, esa mala decisión sería tomada en cuenta al momento de mi condena.
Hice un esfuerzo para desoír sus declaraciones y lo miré a los ojos. Solo allí tuve plena certeza de que lo único que importaba en ese momento era sacar fuera todo lo que yo sentía. Nada más. Ni siquiera como se sintiera él. Ni mi entorno. Nada. Esto me lo debía a mi misma, y a nadie más. Ni a las tres filas de fiscales, que ahora adoptaban una expresión absorta y retrotraída a algún punto en particular de mi comportamiento, ni a él, que alternaba entre mirarme y juntar con la cucharita azul el helado de los bordes de abajo para que no chorree.
El silencio incómodo se fue transformando en un silencio cada vez mas placentero y como si nada, luego de dedicarnos ambos una trémula sonrisa, el comenzó a hablar.
- Y tu vida qué tal.
Yo dudé. – Perfecta- dije con cierto desagrado mientras comía una frutilla.- Un bestiario.
-Llena de lingotitos azules que se encargan de facilitarte la vida para que tengas tiempo de pensar en cosas que te hacen mal.
-Exactamente.
-Igual la mía. Con ciertas distracciones, pero nada en concreto. Lo que a veces saca chispas es la pelotudez del recuerdo.
-Ojala fuera solo eso. Un bestiario. Algo que te visita en el sueño, a todas horas, cada vez que cerrás los ojos para parpadear, y que no te deja dormir ni descansar.
-Ni vivir, y cuando más se esfuma en realidad se está corporizando en algo, un aroma, un color, un algo que pretende establecer una conexión inexistente entre eso y lo otro.
- A vos no te pasa, ¿no?- Dije, repentinamente, mirándolo.
-Trato de no pensar, y me sale la mayor parte del tiempo.
-Al contrario. Yo me autodestruyo. Cualquier cosa que se acerque al Ragnarok para mí es una certeza. –Empecé a sentir que mi corazón se desmoronaba, un peso en los hombros, en la espalda que me gravitaba hacia abajo, hacia el suelo, hacia el principio y fin de todas las cosas. Lo miré.
-Una certeza liviana,-dijo por fin- ya que la única que ofrece certezas sos vos. Con tu vida sobre rieles marchando a un destino marcado con una cruz del tesoro y yo, mientras, me pierdo en un abismo desierto, con algunos oasis casi secos.
-No es fácil escaparse del Ragnarok.- Sentencié- A veces pienso que antes de llegar a ese destino del que hablas va a haber una fuerza magnética ineludible que me va a llevar inexorablemente, al fin del mundo. Y cada vez la siento con más fuerza.
- Feliz de vos que por lo menos sabes a dónde querés llegar. Yo perdí la brújula hace mucho tiempo. Un fracaso tras otro me enseñaron no más que a fracasar y a aceptarme así, fracasado, venido a menos, frenado y mediocre. Mis días no tienen demasiado sentido, al principio pensé que así debía ser la vida, que no había un destino marcado si no que uno mismo tenía que descubrirlo; pero cuando de verdad comenzaron a carecer de sentido mis días, que eran mas cortos, mis noches más largas y faltas de recuerdos, por lo menos de recuerdos gratos, mas que un par de risas de las que a duras penas me acordaba, sorteando un abismo de diez horas ebrio, diez horas durmiendo y cada vez menos horas sobrio, que se restaban minutos a mi existencia para sumárselos a mi karma, que ya no creía en mí, si no que esperaba que otros lo hicieran y cada vez menos gente me veía capaz de lo que ni yo mismo me veía capaz, me di cuenta de que estaba al borde del precipicio. Y que quería avanzar.
- Exigencias que ahora te haces pero que nunca te importaron. Yo, sin embargo, en mi afán de vida perfecta sin baches en el camino, me concentré en una ruta que no tenía desvíos, o si los tenía, eran desvíos obligatorios. Era ir y venir todos los días por el mismo camino hasta que la palma de mi propia mano se me hizo menos familiar que la ruta elegida.- Hice un esfuerzo para continuar. – Después me di cuenta de que estaba girando en círculos como una patética rueda de mandala sin colores psicodélicos ni figuras simbólicas. Un pasaje centrífugo a ninguna parte.
-El mío era centrípeto y me estaba empujando fuera de mi propia vida. Fuera de todo lo que fueran decisiones serias. No podía mantenerme en pie sin sentir la boca reseca y la necesidad de humo en mis pulmones, el desagravio de las noches ajenas a mí en que me encontraba, a la mañana siguiente con una anónima que me escribía su teléfono en el celular y yo nunca me ocupaba de llamar. Tenía miedo. Yo nunca me pude hacer cargo de un destino manifiesto y menos después de eso. Algunos comenzaron a decirme que alguien segura de si misma era mucha mujer para mí y terminé creyéndolo. Quién dice, por ahí tenían razón. Y deje de intentar. Y me abandoné. “Dime su gracia si se te da la gana” llegué a escribirte. Y vos me lo grabaste a fuego en la frente. Y mi cabeza comenzó a sangrar y mis ideas comenzaron a respirar por mis ojos que no querían terminar de creerlo. Y entonces volvías, con un par de sonrisas, confundiéndome y confundiéndote pero sin salirte del área del tambo para que nadie diga Salvación para todos mis compañeros y vos te quedes ahí, perdiendo en un juego con reglas a tu medida, hecho solo para que vos y nadie más gane el juego. Ya ibas a encontrar a alguien que sea lo suficientemente bueno para aceptar el primer feliz empate de tu vida.
No ibas a conformarte con un mediocre. Vos querías alguien exitoso, sublime, caballero, perfecto. Y necesitado de tus brazos, como somos todos los que caemos en ellos. Solo que la media de hombres que caen rendidos a tus pies porque te necesitan, no somos perfectos, y vos no concebís caridad sin crecimiento, y nosotros no concebimos necesidad sin delegar un poquito de la responsabilidad de la que no podemos hacernos cargo, y eso tiene el efecto contrario al que vos querrías.
-Ah, es mi culpa que vos no pudieras hacerte cargo.
-Es tu culpa sentir lo que sentís, como es mi culpa sentirme como me siento.
-¿Y si no puedo cambiarlo?
-Vos, no pudiendo cambiar algo… Es raro, pero creo que nunca te pasó. Siempre que te lo propusiste lo hiciste. Ahora vas a cambiar a todos los que caímos en tus brazos por ese hijo de re mil puta al que el éxito le vino de arriba.
-No hablés así.-Dije, levantando la voz. Él siguió.
-Condenado al éxito, facilista, ingenuo. Y su perfecta mujer, luego, sin que el idiota de su marido se de cuenta, va a encontrar al amante perfecto, cagado en guita, intelectual, cultísimo, - Yo me estaba parando mientras el me decía esto.- y por cagona no se va a animar a dar otro paso, y te vas a morir sin saber que se siente.
¿Qué más podía hacer? Le ensarté lo que me quedaba de helado en la chomba azul cielo que tenía puesta y le grité lo que quería oír.
-Sos un grandísimo hijo de re mil putas.
Ante la mirada atónita de los que estaban sentados en las mesas contiguas, yo sonreí mientras veía al taxi patente GDK 901 que rezaba en su patente amarilla Rosario cuna de la Bandera 3402, alejarse por Rioja.
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