jueves, 6 de octubre de 2011

La noche del vuelo.

Partió en el avión esa misma tarde. Un poco más temprano, Francisco sostenía las valijas maravillado de sí mismo: sus fuerzas no se habían agotado aun, a pesar de todo.
Sus pupilas habían archivado su rostro, sus ojos, su sonrisa, sus gestos. Él, parado frente a un ventanal veía reflejado todo lo que pasó, cada segundo que pasó a su lado. Las cosas no mejorarían con la muerte, nunca había cambiado tan bruscamente de opinión. En el mismo instante en que la vio supo, y ahora lo veía con claridad, que jamás podría olvidarla.

Fantastic Mr. Fox, Where the hell are you? What are you thinking about right now? Do you ever think of me? Do you ever think when you're all alone all that we could have been?
Or did you already move on?
Le decía Fantastic Mr. Fox para burlarse de él en los ratos libres, cuando alguno sentenciaba algo en inglés. Podían estar horas hablando, hasta que a alguno le faltaba una palabra, entonces volvían al castellano y naturalmente continuaban con la conversación. 
Ahora eran mil preguntas formuladas en inglés las que se le venían a la cabeza cuando se acordaba de Francisco.
Su perfume, el recuerdo de su perfume dulce y maderado la hacía acordarse de su cuello, de los besos que le daba, del sabor de su piel cuando ella lo rozaba con la lengua mientras sentía su aroma. Sus caricias, la sensación de sus manos perfectas recorriéndola entera, la presición de sus labios. Su risa.
Esa sonrisa delimitada por sus labios adorables, tímida. Lo recordaba sonriendo y mirándola fijamente.
Recordaba esa mirada hermosa, profunda, tierna, adolescente.
Después de la sonrisa, la mirada era lo más hermoso que tenía su Fantastic Mr. Fox. Suspicaz, pícara, inteligente. Reflejo de su alma y pura por eso mismo.

Mr. Fox, I can't forget your voice! Pensaba Milagros, abrazada a la almohada. Cuando hablaba, el tono mismo de su voz ofrecía refugio y consuelo. La voz grave, animada, armoniosa, el acento extraño al pronunciar determinadas palabras, la calidez, la candidez de su tono, la vehemencia de su discurso.
Luego la expresividad de sus abrazos, el sentir que estaba protegida, que el mundo podía caerse a pedazos si estaba entre esos brazos que lo cubrían todo, que todo lo podían.
Que la abrace y la bese en la calle.

Si existía el amor, eso mísmo había sentido ella por Francisco. Si era el amor algo, ese algo hubiese sido Mr. Fox para Milagros.
¡Que feliz había sido! Feliz como nunca antes. Mientras él la abrazaba, mientras yacían abrazados en la cama, después de hacer el amor; mientras dormía a su lado y él la veía dormir.
Había sido tan feliz, pero tanto...
Milagros dío otra vuelta en la cama y se fijó en la hora: 3:06 de la mañana. Repitió el nombre de Mr. Fox en silencio, para no olvidarlo. Lo extrañaba demasiado y sabía que no volvería a verlo.

Francisco no pudo dormir en el vuelo. Mordía las mangas de su campera para no llorar. Tenía que respetar el pacto. No podía llamarla, ella le pidió morir en paz, a los gritos.
Ninguno comprendió entonces que el uno era la paz del otro.

***
Falta poco para ensamblarla, pero la historia de Francisco y Milagros se cuenta por sí misma y no quiere terminarse. "Dioses Tiritando" ese es el título que elegí para ella.

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