Si querés, lee la PRIMERA PARTE
Y después la SEGUNDA.
Ahora sí, esto es lo que tengo, hasta el momento.
El trayecto a casa fue más que nada para aclararme. Pude haberme tomado un taxi, o pude haberme quedado en casa de alguna amiga que me quedara de paso, pero necesitaba estar sola. Sola, o con él. Pero no iba a decírselo.
Me lo imaginaba: Con el teléfono todavía en la mano, con cara de sonámbulo, divagando de a ratos en otros pensamientos pero volviendo al mismo una y otra vez: ¿Qué era lo correcto?
Mientras yo me decía que no podía con todo, que no era mi trabajo ni mi culpa, ¿o sí lo era? Que no estaba bien que yo le diga qué hacer, que era muy subjetivo y en medio de eso me agarró Saramago, desprevenida, como casi siempre que me ataca un libro. Habrán sido las dos de la tarde, no recuerdo con precisión, pero lo cierto es que, cuando a las seis las luces comenzaron a opacarse, salí del sueño profundo en el que me había sumergido con Jesucristo y los mártires de su propio evangelio* para prender las luces.
Por supuesto, mi celular estaba en cualquier lado menos en mi sagrado jardín de invierno (y lectura, de paso) y cuando lo revisé tenía tres llamadas perdidas –léase tres en cuatro horas, no era muy insistente- de su casa; y un par de mensajes trémulos, algo inquietos y apagados. La revolución contra la conserva, así nos definía. Y es que en mi diccionario nunca existió la palabra inseguridad, y menos la frase “dejarlo todo por alguien” aunque ese alguien, al dejarte, ya te haya privado de todo.
Pero no quería pensar en eso, no quería pensar que mi extremismo –como a él le gustaba calificar- o mis medias tintas hubieran sido la razón más aproximada de su vil huida hacia no se donde. Y ahora que lo pienso, tampoco sabía con quien.
Subsumida en eso estaba, atragantándome con “agua mineral y liquido biliar” cuando sonó mi celular, y por fin lo escuché. “Estoy abajo” me dijo. “¿Y qué?” atiné a contestar, haciendo usufructo de mi ultimo atisbo de orgullo. “¿Bajás?”.
Se me derrumbó todo. ¿Cómo se puede justificar un “no estuviste cuando te necesité” si te necesito siempre? Absolutamente todo. Y después arreglarme en el ascensor para no parecer que había estado llorando tres días y medio. ¿Para qué, si de verdad había estado llorando esa cantidad de dias con sus noches, diciendo, ya fue, la cagué, y despertándome con las más terribles ojeras que nunca había tenido, teniendo que disimularlas con toda la base de Avon, para qué ahora quería arreglarlas, para verme más bonita?
Abri la puerta del ascensor con el corazón atorado en la garganta. Con la excusa de estar buscando la llave no miré hacia la puerta. Con los ojos fijos en el mármol de los escalones atravesé la puerta cancel y segui caminando hasta llegar a la puerta exterior, donde necesariamente tuve que alzar la vista para acertar el lugar de la llave.
Para mi sorpresa, cuando finalmente la aparté, vi un ramo de margaritas antes que sus ojos.
-No todo lo vas a arreglar con margaritas.-Le advertí.
-¿Pero esto sí?
*El Evangelio segun Jesucristo, José Saramago. Alfaguara 2003.-
vengo leyendo...interesante...
ResponderEliminarme lei las 3 partes....
ResponderEliminary no se por qué, pero me da la sensación que esta historia no termina bien...
(las mejores historias nunca terminan bien)
y además odio las margaritas, las asocio siempre con malos recuerdos...
pero me pongo la remera de optimista y quiero saber como termina estooo!!
Mercedes!
ResponderEliminarmu encanto leerte, todos los detalles que describis son tan acertados. Estas son cosas de tu vida o escritos de ficcion?
Si es que son reales, no dejes de valorar que volvio, que esta ahi ahora. Eso es lo que importa hoy.
besos!